lunes, 2 de abril de 2018

Geometría


 
Al cuadrado no le gustaban sus lados,
eran todos iguales
pero él quería ser diferente;
sentía que le daban de lado
que su área era un lado al cuadrado,
que le faltaba abecedario
y le decían que era cuadriculado.

Siempre le había tenido envidia al triángulo
que aunque a veces era un poco obtuso
era muy agudo en sus comentarios;
todos le decían que era muy equilibrado
y por eso comúnmente le llamaban equilátero;
tenía la base a su altura
y no era necesario dividirlo entre dos,
pero le hacía falta el cuadrado a sus catetos
para que con su suma
Pitágoras se saliera con la suya
y encontrase la hipotenusa,
también al cuadrado.

A cuadrado no le podían llamar por su nombre,
sin embargo, triángulo tenía varios;
podía ser rectángulo, escaleno,
incluso hasta isósceles;
cuadrado era solitario,
por pareja solo tenía a regla,
pero triángulo iba siempre acompañado,
además de por su pareja,
de transportador, escuadra y cartabón;
juntos hacían el triángulo imperfecto del amor,
¡qué cabrón!,  pensaba,
él liga un montón,
y yo, en cambio, no.

Y para cerrar el círculo
ambos se morían por la circunferencia,
que a diferencia de ellos
no tenía líneas rectas;
soñaba con mirar los vértices
de los que carecía
desde todos sus ángulos;
y no dejaba de mirar a todos sus lados
en busca del cuadrado perfecto
y el triángulo inverso.

No sabían que todos eran importantes;
que el triángulo sirvió de base a las pirámides,
que el cuadrado trajo de cabeza
a los seguidores de Rubik,
y que el círculo, redondo y sin aristas,
dio vida a la luna y al planeta Tierra;
y que con el tiempo
existiría una ciencia,
parte de las matemáticas,
que estudiaría sus figuras
y que llamarían Geometría;
asignatura que, por desgracia,

yo nunca aprobaría.

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